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El necio siempre se pasa de la raya - Proverbios 25:28

Estudio Biblico


JOSÉ «PEPE» MENDOZA

Como ciudad invadida y sin murallas
Es el hombre que no domina su espíritu (Pr 25:28).

Este capítulo abre una nueva sección en el libro de Proverbios. Se señala que lo que sigue a continuación son «proverbios de Salomón, que transcribieron los hombres de Ezequías, rey de Judá» (v. 1). El rey Ezequías fue un reformador que se esforzó por erradicar la idolatría de la nación. El que haya buscado preservar los proverbios del rey Salomón no nos sorprende, «porque se apegó al Señor; no se apartó de Él, sino que guardó los mandamientos que el Señor había ordenado a Moisés» (2 R 18:6). Es evidente que su deseo de instrucción incluía fomentar la sabiduría entre la población judía.

Es notable la belleza literaria de estos proverbios. El uso de figuras e ilustraciones de la vida para profundizar las enseñanzas es evidente y frecuente. La pluma de Salomón, un hombre sofisticado y sabio, se hace presente cuando habla de «manzanas de oro en engastes de plata» (v. 11), «frescura de nieve en tiempo de siega» (v. 13) o «El viento del norte trae la lluvia» (v. 23).

Salomón usa su sabiduría para imprimirle claridad a la distinción entre la sabiduría y la necedad. Estos primeros proverbios buscan mostrar que el necio tiende a pasarse de la raya, es decir, no sabe ubicarse ni responder de forma adecuada en sus relaciones ni en medio de las circunstancias. Un necio es alguien a quien no puedes darle la mano sin que «se vaya hasta el codo», como dice el dicho popular. Veamos algunos consejos que Salomón da para dejar la necedad que siempre se pasa de la raya y no mide las consecuencias de sus palabras y actos.

En primer lugar, un necio se pasa de la raya porque tiende a creer que merece un mejor trato o que tiene una posición que realmente no le corresponde. «No hagas ostentación ante el rey, y no te pongas en el lugar de los grandes; porque mejor es que te digan: “sube acá”, a que te humillen delante del príncipe a quien tus ojos han visto» (vv. 6-7). Un sabio conoce su lugar pero, más que eso, es alguien que no busca posición ni ostentación porque sabe muy bien quién es sin tener que probarlo delante de nadie.

En segundo lugar, el necio también se pasa de la raya porque no sabe controlar su temperamento y se apresura en sus juicios y acciones. «No te apresures a presentar pleito; pues ¿qué harás al final, cuando tu prójimo te avergüence?» (v. 8). Qué terrible es cuando una persona se descontrola rápida y neciamente, y dice o hace cosas de las que pronto tendrá que pagar consecuencias que podrían durar toda la vida.

Por eso Salomón aconseja: «Discute tu caso con tu prójimo y no descubras el secreto de otro, no sea que te reproche el que lo oiga y tu mala fama no se acabe» (v. 10). Él busca contraponer la vergüenza del apresuramiento con una actitud prudente que evita un gran daño irremediable. Salomón sigue y compara una palabra sabia y oportuna con una joya preciosa: «Como manzanas de oro en engastes de plata es la palabra dicha a su tiempo» (v. 11). Una de las grandes diferencias entre la necedad y la sabiduría es la pertinencia y la proporcionalidad de la acción y las palabras sabias en el momento preciso, que traen soluciones en vez de causar más daño.

En tercer lugar, un necio se pasa de la raya cuando hace creer al resto que sabe más de lo que realmente conoce. ¿Cuántos hemos pasado malos ratos con «expertos» que nos engañaron al hacernos creer que dominaban una especialidad que en realidad les quedaba grande? Por eso Salomón declara: «Como las nubes y el viento sin lluvia es el hombre que se jacta falsamente de sus dones» (v. 14). Nubes y viento sin lluvia era una calamidad para el pueblo agrícola porque generaba falsas esperanzas y toda la cosecha se ponía en peligro si las nubes y el viento no producían la tan ansiada lluvia.

Aquí cae bien el consejo que el apóstol Pablo dio a los romanos, en donde los exhortaba a pasar de la fanfarronería necia a la veracidad de la sabiduría: «digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar; sino que piense con buen juicio» (Ro 12:3). Saber quiénes somos realmente es fundamental para una vida sabia, fructífera y pacífica. 

En cuarto lugar, un necio tampoco sabe contener sus apetitos y afectos. Suele excederse porque no sabe poner límites y, como resultado, paga las consecuencias. Salomón dice: «¿Has hallado miel? Come solo lo que necesitas, no sea que te hartes y la vomites. No frecuente tu pie la casa de tu vecino, no sea que él se hastíe de ti y te aborrezca» (Pr 25:16-17). ¿Puedes notar cómo, en ambos casos, el problema es el exceso y la falta de límites que lleva al hastío? Pasarse de la raya es casi un deporte para los necios y el resultado siempre será el hartazgo del necio mismo y de los que lo rodean.

En quinto lugar, el necio es incapaz de responder de forma correcta ante los sentimientos y el dolor que las personas a su alrededor puedan estar experimentando. Un necio es tan superficial que no puede ofrecer una ayuda profunda ante el sufrimiento del prójimo. Salomón es elocuente con ejemplos gráficos para mostrar la gravedad del problema: «Como el que se quita la ropa en día de frío, o como el vinagre sobre la lejía, es el que canta canciones a un corazón afligido» (25:20).

No es sensato desabrigarse en un día frío de invierno por razones obvias que no solo tienen que ver con comodidad, sino también con salud y hasta la pérdida de la vida. El tema del vinagre y la lejía requiere un poco de explicación. Tanto la lejía como el vinagre se usaban para lavar, preparar alimentos y panificación. Ambos se usaban por separado porque si se mezclaban perdían sus componentes originales y no servían para nada. Entonces, no saber cómo mostrar simpatía o hacerlo de formas contrarias al dolor es una demostración de necedad inútil en el que no bastarán las buenas intenciones.

Finalmente, nos vamos al proverbio del encabezado que viene a ser una conclusión clara para aquellos necios que viven pasándose de la raya sin medir las consecuencias de sus actos, sin limitar sus impulsos, y sin considerar a los demás y sus circunstancias. Aunque hoy se habla de que para vivir una vida buena se necesita romper con todas las restricciones y solo guiarnos por nuestros impulsos y la satisfacción irrestricta de los deseos, el consejo de Salomón sigue siendo necesario porque es tan elocuente que no requiere mayor explicación: «Como ciudad invadida y sin murallas es el hombre que no domina su espíritu» (v. 28).

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