«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn 1:1). Con estas palabras inician nuestras biblias. Antes del principio no había nada de lo que vemos, ni siquiera el tiempo, solo el Creador, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y entre ellos había una gloria perfecta e inefable (Jn 17:22-24). Antes del principio, este Consejo Eterno divino planificó todo, incluyendo nuestra salvación:
[…] participa conmigo en la aflicciones del evangelio, según el poder de Dios, quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad,1 y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús (2 Ti 1:8b-10).
Dos verdades importantes
En su comentario a las epístolas pastorales, Thomas Lea concluye que aquí el apóstol Pablo resalta dos verdades importantes: primero, que Cristo es presentado como el único mediador de la gracia redentora, y segundo, que Cristo era desde antes del principio del tiempo.2 El pasaje dice que antes del principio, la Trinidad había acordado un plan para redimir a la humanidad de sus pecados. Nos dice que en la mente de Dios la gracia fue otorgada en Cristo, y que en el tiempo la manifestación sobre el monte Calvario vino a ser la realización de lo determinado previamente.
El apóstol Pedro también dijo que Jesús «estaba preparado desde antes de la fundación del mundo» (1 P 1:18-20), y el apóstol Juan describió a Jesús como «el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo» (Ap 13:8).3 Estos y otros pasajes revelan que el Dios trino había determinado que Dios el Hijo (Jesús) efectuara la obra redentora.
El Señor Jesús también dice esto. Repetidas veces declara haber recibido de parte del Padre la comisión de redimir y rescatar. En Su discurso del pastor y las ovejas dijo: «Tengo autoridad para dar Mi vida y para tomarla de nuevo, este mandamiento recibí de Mi Padre» (Jn 10:18). En otra ocasión dijo: «Esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él (Padre) me ha dado yo no pierda nada» (Jn 6:36-39). Y cuando oraba en Getsemaní le dijo al Padre: «Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera. Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:4-5).
La idea que Juan quiere transmitir va más allá de las simples palabras. En una sociedad cuya cosmovisión fue extensamente influenciada por griegos intelectuales como Platón, quienes consideraban imposible unir la gloria divina con la encarnación,4 Juan conecta la encarnación con la deidad, la gloria divina, la redención y la preexistencia del Hijo. Juan logra conectar con aquel mismo fundamento con el que empezó su evangelio: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1:1). Al unir todos los conceptos, queda explícitamente exaltado el enfoque de la existencia del Verbo, no solo desde antes del principio, sino también como una divina naturaleza «supracósmica», es decir, que lo trasciende todo.
Las profecías bíblicas también nos ilustran lo que había en la mente de Dios en cuanto a la salvación. Por medio de los profetas del Antiguo Testamento, el Espíritu reveló que ya el Padre había determinado quitarle la vida al Hijo y el Hijo había determinado cargar con el pecado (Is 53:4-6, 10); el Padre le había preparado un cuerpo (He 10:5-7; cp. Sal 40:1-17) y, después de ser desfigurado, sería enaltecido, levantado y en gran manera exaltado (Is 52:13-15).
En resumen, antes del principio, Dios el Padre se propuso enviar al Hijo al mundo con el fin de redimir; el Hijo se propuso aceptar, adquirir y asegurar tal comisión; y el Espíritu se propuso aceptar la encomienda del Padre y aplicar los méritos adquiridos por el Hijo.
Salvación antes del pecado
Cuando contemplamos esta asombrosa verdad, una pregunta común es: ¿Cómo Dios determinó proveer salvación si aún no existía el pecado? No sabemos, porque no es el enfoque de la revelación divina. El texto no dice. Sin embargo, sería una gran pérdida si no viéramos que la salvación determinada y planificada antes del principio ilustra poderosamente lo teocéntrico que Dios es. Por eso el Hijo dijo: «Padre, glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo te glorifique a Ti» (Jn 17:1-5). «¡Oh, profundidad del conocimiento de Dios! […] ¿quién ha conocido la mente del Señor?» (Ro 11:33-34).
El predeterminado consejo fue revelado para fortalecer la plena certeza de nuestra esperanza: que pronto estaremos con Cristo. Y ¡cuán útil es que meditemos en cómo esta hermosa y asombrosa verdad manifiesta la grandeza y la eternidad del amor de Dios! «Porque en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4:10).
Antes del principio, Dios nos amó y demostró este amor en la persona de Jesús en el monte Calvario. ¿Cómo no hemos de confiar y adorar a Aquel que es soberano y conocedor de todo? ¿Cómo no alabar al Cordero que fue inmolado desde antes de la fundación del mundo? ¿Cómo no gozarnos en el Dios que trasciende el tiempo y todo lo creado?
Él nos amó primero. Nos amó antes del principio.
OSKAR AROCHA