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Predicar es difícil. Actúa como tal. - Santiago 3:1

Estudio Biblico




Los mejores predicadores hacen que predicar parezca fácil, ya sea John Stott predicando hace cincuenta años en la iglesia All Souls Langham Place o Brian Payne predicando la semana pasada en la Iglesia Bautista de Lakeview. Todos hemos escuchado a predicadores de renombre realizar la tarea de predicar sin aparente esfuerzo. Cuando lo hacen parecer fácil, podemos ser tentados a pensar que un día llegaremos a un punto en nuestra carrera como predicadores en el que podremos aflojar un poco y salirnos con la nuestra. Pero la verdad es que, incluso para los mejores, predicar es difícil. Los predicadores nos metemos en problemas cuando actuamos como si no lo fuera.

Historia de dos predicadores
Quiero contarte una parábola sobre dos predicadores, Tomás y Juan.

En los primeros días en el ministerio de Tomás, la predicación (y la comunicación en general) eran un reto para él. No tenía el «don de la palabra», por lo que se ponía nervioso al estar frente a la gente. Tomás tenía otros dones que se le daban naturalmente, pero predicar era un trabajo. Sin embargo, lo hizo, escribiendo minuciosamente sus sermones y pasando horas en oración y estudio. Nadie ha trabajado más duro en una tarea que Tomás en la predicación. Tomás es un predicador diferente al llegar a los cuarenta años. Dios utilizó la energía que ejerció para compensar sus debilidades y Tom desarrolló hábitos y disciplinas que produjeron impresionantes músculos homiléticos mientras luchaba.
Juan es lo contrario de Tomás. Siempre ha sido un comunicador natural, Juan encontraba gozo en su predicación, al igual que los que se sentaban bajo su ministerio a lo largo de los años. Pero algo le ha sucedido a Juan en la última década. Sus sermones se han vuelto dispersos y largos, muy largos. Juan tiene ya sesenta años y sigue siendo él mismo en el púlpito, pero es una versión exagerada, casi caricaturesca de sí mismo. Los sermones de Juan se han convertido en algo muy complicado y poco sustancioso. Se nota que no se esfuerza mucho en sus sermones. Sus puntos son dispersos; sus historias se centran en sí mismo y parecen permisivas.

Juan se convirtió en un predicador tan malo durante su vejez, como lo había sido Tomás en sus inicios. A la inversa, Tomás maduró hasta convertirse en un predicador tan bueno como lo había sido Juan en sus mejores tiempos.

Cuida tu predicación y tu persona
En el transcurso de la vida de un predicador, los extremos pueden ser más difíciles. Cuando están empezando, los predicadores dedicarán mucho tiempo a sus sermones porque saben que están verdes. Un pastor mayor también puede necesitar dedicar más tiempo porque sus músculos homiléticos se han atrofiado. Pero eso no significa que un pastor en la mitad de su carrera pueda aflojar y simplemente confiar en el estudio, la habilidad y el archivo de ilustraciones que desarrolló en sus primeros años de ministerio. Los que lo hacen rara vez se dan cuenta de cuándo empieza a producirse esta atrofia. Es poco probable que alguien se los diga. Por eso debe tener siempre la disciplina de cuidar su predicación y su persona (1 Ti 4:16).

El primer paso para envejecer más como Tomás que como Juan es tratar la predicación como la vocación difícil que es. Recuerda que lo que tienes que dar a tu gente es el significado del texto. Exprime el significado del pasaje en tu manuscrito como si fuera agua de una esponja. Nunca subas al púlpito sin prestar una cuidadosa atención a cada palabra que vayas a decir.

Por supuesto, no te ates al manuscrito mientras predicas, pero dale espacio al Espíritu en tu semana para dar lugar a pensamientos y reflexiones, para no dejarte impresionar demasiado por tus propios pensamientos momentáneos mientras predicas. Habrá excepciones, pero en general confía en el proceso y quédate con las palabras que has pensado y orado.


Orar sobre el sermón es clave. Cuando predico, la primera persona a la que aplico el texto es a mí mismo, porque no hay nada más peligroso para el alma de un predicador que enseñar sobre un pasaje que no ha interiorizado primero.

Predica con integridad
La buena predicación comienza con un predicador piadoso, un predicador que no dice una cosa y hace otra. El trabajo de Parker Palmer sobre la psicología de los maestros es útil para los predicadores. Señala que la única manera de evitar convertirse en una caricatura de sí mismo es buscar intencionalmente la integridad. Debes hacer el trabajo duro de asegurarte de que tu voz interna y tu voz pública coincidan.

Es fácil para el predicador entrar en piloto automático, imitando a la persona que solía ser. Cuando se depende del maná de ayer, cuando se vive como si predicar fuera fácil, las voces interiores y exteriores acabarán por no parecerse. En poco tiempo, será difícil saber cuál es tu verdadero yo: el del domingo o el del lunes.

No muchos deberían ser predicadores (Stg 3:1). La predicación es un trabajo arduo y agotador. Ya sea que estés recién ordenado o que la jubilación esté a la vista, entrégate por completo a este llamado. El pueblo de Dios lo merece. El texto es digno de ello. Dios es digno de tal entrega. Predicar es difícil. Actúa como tal.

DUSTIN MESSER

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