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Confronta a los hipócritas, pero no los canceles. - Lucas 23:2-3

Estudio Biblico



WILL ANDERSON
En la era digital, las historias de pastores caídos se vuelven virales, se documentan y se distribuyen a las masas a través de las redes sociales, YouTube, podcasts y denuncias en línea. Cuanto más prominente es el líder, más fuerte es el ruido. Cuanto más graves sean los pecados, mayor será la audiencia.

Desenmascarar a los charlatanes religiosos es lo correcto. Honra a las víctimas, hace que los líderes descarriados rindan cuentas y desafía los modelos de liderazgo basados más en la celebridad que en el servicio. Pero si bien exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, es un primer paso crucial, no es una solución completa.

La hipocresía es como una máquina demoledora que destroza las almas a su paso, dejando a los santos desorientados tambaleándose entre los escombros de la traición. Los pastores falsos crean ovejas insensibles. En respuesta, algunos deconstruyen su camino hacia la desconversión, renunciando al cristianismo. Para los que se quedan, decididos a hallar sanidad en la iglesia y no fuera de ella, la ira, la desconfianza y la duda persisten: ¿Por qué volver a confiar en un pastor?

El hastío consume a innumerables buscadores de justicia. No basta con acusar a los abusadores espirituales; también estamos llamados a dar los primeros auxilios, vendando a los hermanos y hermanas heridos, indicándoles que Cristo es digno de confianza. Por eso me encanta Mateo 23, donde Jesús reprende ferozmente la hipocresía de los fariseos.

Este capítulo nos enseña de muchas maneras, a través de tres lecciones, que Jesús —y no los titulares— es quien debe moldear nuestra respuesta a la hipocresía.

1. La hipocresía en los líderes no niega la obediencia en nosotros. 
Jesús no se contiene en Mateo 23, pues llama a los fariseos «hijos del infierno» y «guías ciegos», pero de forma sorprendente sus primeras palabras instruyen a los oyentes a obedecer las enseñanzas de ellos:

Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen (Mt 23:2-3).


El punto de Jesús es claro, aunque contracultural: Todo discípulo debe obedecer la verdad bíblica, independientemente de quién la enseñe. Es desconcertante que los pastores malos a menudo enseñen cosas buenas. Jesús no nos está diciendo que seamos indiferentes a los pastores farsantes (su crítica mordaz lo demuestra más tarde). Pero Jesús sabe que somos propensos a tirar el bebé (la verdad que fortalece la fe) con el agua sucia (la hipocresía que aplasta la fe). Incluso cuando el pecado anula el ministerio de alguien, la Palabra de Dios nunca debe ser anulada (Is. 55:9-11). Como explica el comentarista Michael J. Wilkins:

Hay que obedecer todas y cada una de las interpretaciones correctas de las Escrituras. Los fariseos decían muchas cosas buenas, y su doctrina estaba más cerca de la de Jesús en muchos aspectos cruciales que la de otros grupos… Jesús no condena la búsqueda de la justicia en sí misma; más bien, critica solo ciertas actitudes y prácticas expresadas dentro del esfuerzo por ser justos.

Cuando una autoridad espiritual engaña, es tentador descartar no solo a la persona, sino también todo lo que ha enseñado. Se siente más seguro desechar todo, incluyendo la doctrina. Pero esto crea cínicos que perciben toda autoridad espiritual como abusiva y cualquier llamado a la obediencia como legalismo. Dios quiere que seamos duros con los tiranos, pero tiernos con Su Palabra. Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal. Permanezcamos armados.

2. Dios odia la hipocresía más que nosotros.
Mateo 23, junto con toda la Escritura (ver Ezequiel 34), nos muestra la ira de Dios cuando los líderes espirituales engañan y maltratan a Su pueblo. Cristo tiene cero simpatía por encubrir o minimizar las prácticas que calumnian Su nombre y maltratan a Su novia. Su furia santa es intensa, no indiferente; específica, ni ambigua.

En Mateo 23:4-36, Jesús lanza algunos reproches que irritan a los fariseos: hipócritas, hijos del infierno, guías ciegos, insensatos, ciegos, codiciosos, autocomplacientes, sepulcros blanqueados, malvados, serpientes, camada de víboras. Lejos de ser insultos inmaduros, estas palabras revelan el amor de Cristo por Su pueblo. Como un padre que increpa a alguien que intenta hacer daño a su hijo, la intensidad muestra intimidad.


El amor también es evidente en lo específico de la ira de Jesús. Con argumentos afilados, persigue a los fariseos con precisión, como señala Wilkins en su comentario sobre este pasaje: ellos imponen cargas legalistas a la gente (v. 4), muestran su piedad de forma pretenciosa (v. 5), se aprovechan de su posición de modo que menosprecian la autoridad de Dios (vv. 6-12), juegan con la religión (vv. 15-22), hacen prominentes asuntos menores (vv. 23-34), valoran la tradición por encima de Dios (vv. 25-28), y ahogan a las voces justas con las suyas (vv. 29-32).

Jesús lo deja claro: los que alardean de Su nombre, a costa de Su pueblo, corren un grave peligro. La justicia llegará.

3. Dios anhela sanar a los hipócritas.
Con una ira justa corriendo por sus venas, las últimas palabras de Jesús en esta escena son impactantes:

¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! (v. 37).

Esto es notable: Dios reprende a los hipócritas, pero también quiere sanarlos. Cuando rechazan Su gracia, como a menudo lo hacen, se lamenta. ¿Lo hacemos nosotros? ¿Estamos dispuestos a imitar la ira y la compasión de Jesús? Todos los cristianos atraviesan la misma metamorfosis: enemigos de Dios convertidos en amigos de Dios por la gracia de Dios (Ro 5:10). Si la gracia de Dios está firmemente arraigada en nosotros, anhelaremos verla en los demás.

Arrogancia y falsa humildad
El enfoque de Jesús para enfrentarse a los hipócritas entra ciertamente en conflicto con el espíritu de nuestra época. Seguir Su ejemplo radical requiere evitar dos extremos.

El primer extremo es la arrogancia, una ira desligada de la humildad. De nuevo, debemos enfadarnos por la hipocresía; pero como cristianos, sabemos que la indignación «justa» se degrada rápidamente en ira injusta, alimentada más por el orgullo que por la justicia. La ira piadosa implica moderación, confiando en que Él hará justicia. Tal contención contradice la cultura de cancelación. Al igual que todas las emociones, sometemos nuestra ira a Dios, actuando de forma responsable para defender a las víctimas y destronar a los manipuladores, pero de forma justa, no insensata.

El segundo extremo es una falsa humildad, que se niega a señalar la hipocresía porque «al fin y al cabo, todos somos hipócritas». Mostrándose como no juzgadora, esta mentalidad ignora la enseñanza clara de Jesús de que la disciplina eclesiástica es necesaria (Mt 18:15-19). Pablo dice que es el «peor de los pecadores», pero también reprende a Pedro por negarse a comer con los gentiles (Gá 2:11-21). Si la ira de Jesús en Mateo 23 nos enseña algo, que algunas situaciones requieren que hablemos en voz alta contra la hipocresía. Si nos negamos a reprender cuando la ocasión lo exige (Lc 17:3), nuestro silencio es cobardía, no humildad.

Uno de mis profesores favoritos del seminario nos retó a leer Mateo 23 cada año, y he aceptado el reto. Todos tenemos la tentación de sacar provecho del liderazgo de forma egoísta. Que el temor al Señor nos guarde de la insensatez.

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PASAJE BIBLICO

Lucas 23
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23:3 Entonces Pilato le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y respondiéndole él, dijo: Tú lo dices.

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