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Somos como Job y sus amigos - Job 22:5

Estudio Biblico



Cómo vernos a nosotros mismos en la Escritura
Un aspecto importante de la lectura de cualquier texto bíblico es con quién te identificas como lector. Esto resulta más fácil en algunos textos que en otros. En Génesis, por ejemplo, no es difícil identificarse con los patriarcas mientras luchan y perseveran confiando en las promesas de Dios de bendición y redención de la creación. ¿Pero con quién nos identificamos en el libro de Job? La espiritualidad y el nivel de bendición de Job son tan impresionantes (Job 1:1-4) que probablemente pocos lectores se considerarían iguales a Job. En el mismo sentido, su sufrimiento es tan extremo, como una pesadilla, que pocos querrían vivirlo. Por otro lado, los amigos son tan grandilocuentes, tediosos y rápidos a la hora de condenar a Job, que probablemente la mayoría de nosotros pensamos ¡espero no ser así!

Sin embargo, por extraño que parezca, creo que debemos identificarnos tanto con Job como con sus amigos. Esto se puede ver de varias maneras. En cuanto a Job, el primer capítulo del libro retrata el sufrimiento de Job como algo por lo que todo santo tendrá que pasar en algún momento. Se puede observar esto en el trasfondo de la conversación entre el Todopoderoso y el Acusador en Job 1:6-12; 2:1-6. Comparando estos pasajes con capítulos como 1 Reyes 22, Isaías 6 y Apocalipsis 4-5, es más fácil ver que la Biblia retrata la sala del trono celestial como una sala en la que el Soberano está sentado en Su trono, recibiendo informes de sus sirvientes angélicos y tomando decisiones políticas mientras gobierna la creación (creo que eso está en el trasfondo de los hijos de Dios «presentándose» ante Dios en Job 1:6). Esto significa que la decisión que Dios toma sobre Job —permitir que el Acusador arruine su vida, aunque Job no haya hecho nada para merecerlo— refleja sus políticas para todo el mundo. El primer capítulo de Job nos muestra que la política normal de Dios con Sus santos es la generosidad, tanto en las bendiciones espirituales como en las terrenales (Job 1:1-4), pero que Dios se reserva el derecho de interrumpir esa política para probar la realidad y sinceridad de nuestra relación con Él.

Por muy duro que sea considerarlo, debe ser así. Después de todo, la cuestión de si un cristiano ama a Dios por amor a Dios, independientemente de las bendiciones secundarias que ganemos o perdamos en nuestra vida terrenal (Job 1:9), es profundamente relevante para todo cristiano. En cierto modo, es el tema central de nuestras vidas. Si amamos a Dios por alguna razón externa a Él, nos aburriremos en el cielo. No creo que el libro de Job insinúe que nuestro sufrimiento será tan extremo como el de Job (tener que sepultar a todos nuestros hijos, quedar enfermos hasta el punto de la muerte, arruinarnos económicamente y todo eso en un día). Sin embargo, habrá momentos donde Dios permitirá pruebas similares a las de Job. Ya que Dios nos ama y está adecuando nuestras almas para la eternidad, a veces nos pondrá en la posición de tener todas las razones terrenales para renunciar a Él como una forma de purificar nuestras motivaciones para ser cristiano en primer lugar. En otras palabras, probablemente todo cristiano se encontrará en algún momento haciendo eco de la pregunta de la esposa de Job en Job 2:9: ¿Por qué aferrarme a la integridad con Dios cuando todo lo que obtengo es dolor? A través de la presencia fortalecedora del Espíritu Santo, la única respuesta posible en esa situación vendrá a nosotros: Dios, y solo Dios. Él es la única razón para perseverar en ser cristiano. Él es suficiente y más que suficiente, incluso cuando sufrimos con dolor.

A medida que Dios permite a los santos modernos perseverar en su lealtad a Dios en medio del sufrimiento, cada uno de nosotros descubre que se identifica con Job no solo en un tipo de sufrimiento que imita al suyo (de forma menos intensa), sino que también lo imitamos en su adoración. El primer capítulo del libro de Job muestra —de forma muy conmovedora— a Job adorando a Dios tanto si le quita como si le da (Job 1:21). Dios puede llenar la vida de Job con las bendiciones de Job 1:2-3, y Job adorará; Dios puede quitarlo todo y Job adorará, porque Dios es digno en Sí mismo. Del mismo modo, cuando Dios permite que entre en nuestras vidas algún dolor que nos haga cuestionar de verdad, si Dios vale realmente la pena, somos entregados a la posición en la que podemos ver y afirmar Su valor que lo sobrepasa todo como nunca antes lo habíamos hecho.

Todo esto quiere decir que los primeros capítulos de Job nos muestran un aspecto reflexivo pero necesario del discipulado, así como la profunda adoración que surge de él. La prueba de Job es única en su intensidad, pero no en su aplicación. Dios permitirá que cada uno de nosotros sufra de forma incomprensible, lo que nos obligará (llorando y vestidos de cilicio) a arrodillarnos junto a Job. El lector se identifica con Job en su dolor, pero también en la profunda intimidad con Dios que encontramos en él y en el consuelo que finalmente nos proporciona (Job 42:5-6).

Cómo vernos a nosotros mismos en los amigos de Job
Sin embargo, esto no es todo lo que el libro de Job tiene que enseñarnos. Creo que hay una forma en la que debemos identificarnos con los amigos de Job y ser instruidos por ellos, aunque solo sea a modo de ejemplo negativo. Esto no está explícito en el texto. Pero los textos sapienciales del Antiguo Testamento se centran con frecuencia en el discurso, en que sea sabio y curativo, o necio y perjudicial (¡parece que uno de cada dos o tres versículos de Proverbios tiene que ver con la lengua!). Mientras observamos a los amigos de Job que, con las mejores intenciones (Job 2:11), torturan al pobre Job condenándolo capítulo tras capítulo, seguramente cada uno de nosotros va tomando la resolución de no imitarlos nunca en la forma en que culparon a alguien tan justo como Job y lo desprestigiaron al presentarlo como pecador despilfarrador (Job 22:5). En otras palabras, cuanto más se desgastan los amigos, más se nos mueve a actuar mejor que ellos, escuchando con paciencia a los hermanos cristianos que sufren, en lugar de culparlos. No en vano la ira de Dios cae sobre los amigos al final del libro (Job 42:7).

La tentación de culpar a la víctima es tan sigilosa como constante, el autor de Job es muy sabio al plantear este tema con tanta insistencia mientras leemos. Seguramente todos hemos conocido versiones modernas de Elifaz, Bildad y Zofar: cristianos que tienen buenas intenciones (Job 2:11), que tienen algo de buena teología (Job 5:8-18), pero que también tienen una respuesta para todo, que se apresuran sospechosamente a decir a todo el mundo lo que deberían hacer cuando sus vidas no van bien y que se apresuran a culpar a otros cuando sus consejos no son recibidos con gratitud. Tal vez nosotros mismos hayamos desempeñado ese papel. Es sorprendentemente fácil hacerlo. Esto es porque, al culpar a un Job moderno, afianzamos nuestra sensación de un mundo coherente en el que todos reciben lo que merecen de forma rápida y evidente. Nos consolamos sutilmente con que nunca sufriremos así porque no hemos cometido el error que supuestamente cometió nuestro hermano o hermana cristiano. Por otro lado, si nos sentamos con alguien en silencio y con compasión en su dolor, sin culparlo ni instruirlo, solo esperando con ellos a que Dios se acerque, también permitimos la posibilidad de que la próxima vez seamos nosotros los que lleguemos a la iglesia (por así decirlo) vestidos de cilicio y ceniza, sufriendo abiertamente, sin poder ocultarlo, y sin saber por qué. Esto es, como mínimo, incómodo. Pero el libro de Job nos insiste continuamente en la importancia de una amistad sabia con los Job de hoy. Tal vez el primer paso de esa amistad implique no decir mucho (¡qué bendito alivio de los amigos!).

El libro de Job es agotador y difícil de entender. Pero algunas de sus lecciones más profundas son muy sencillas. En la medida en que nos identificamos con Job, aprendemos que todo lo que Dios quiere de nosotros, en una prueba similar a la de Job, es que nos quedemos con Él: que no nos demos por vencidos. No está enfadado con nosotros ni intenta darnos una lección. Solo esperamos Su presencia reconfortante (Job 42:5) y Sus misericordias restauradoras (Job 42:10). La prueba hará su obra purificadora por sí sola. En la medida en que nos identifiquemos con los amigos de Job, se nos instruye para que nos arrepintamos de nuestra tendencia a hablar de más, a resolver los problemas de los demás por ellos, a culparlos cuando sus vidas se derrumban. Que Dios nos conceda esa amistad sabia y paciente con los demás en medio del sufrimiento inexplicable.

Eric Ortlund

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