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Las mentiras que nos dice el espejo - 1 Samuel 16:7

Estudio Biblico



«Cómo te ves es quién eres» 


Los niños de nueve años hablan de forma directa. Un niño de mi clase matutina me preguntó una vez: «Maestra, ¿por qué parece que te acabas de despertar?». Otro día entró suspirando y agarrándose el pecho, y me dijo: «¡Me alegra que no tengas puesta una peluca otra vez!”. ¿La peluca? Mi nuevo flequillo, oculto tras un cintillo.

A diferencia de los adultos, la mayoría de los niños no tienen una categoría de temas prohibidos en cuanto a la apariencia. Mientras que la mayoría de los adultos se quejarían de una falta de respeto en la conversación, sin embargo, los malos cortes de pelo, el aumento de peso y el retroceso de la línea del cabello están permitidos para los niños de cuarto grado. ¿Por qué los niños se sienten libres para describir la belleza presente o ausente?

Al menos en parte, los niños hablan de la apariencia porque, a sus ojos, es solo eso. Cuando los alumnos me dicen cómo me veo, eso es exactamente lo que están haciendo: decirme cómo me veo. No hacen ninguna afirmación sobre quién soy. Si mi cola de caballo se ve «súper rara hoy», lo dicen porque mi peinado no socava mi identidad como su querida profesora.

Sin embargo, con demasiada frecuencia damos mucha más relevancia a la belleza física. Tratamos la belleza como un medio de autoestima: la forma en que nos vemos es lo que somos. Pero si solo contemplamos la Palabra de Dios con los ojos de un niño, podríamos desligar la belleza de sus posturas mundanas y fijarla en su lugar en el Dios que es la Belleza misma.

La belleza según el mundo
Dejados a nuestra suerte, definimos la belleza de forma muy parecida a la reina malvada de Blancanieves. Nos quedamos embelesados ante el espejo, esperando que nos diga cómo se compara nuestra apariencia con la de los demás. En los reinos retorcidos por el pecado, ser bella es ser atractiva para el mayor número posible de ojos humanos.
Pero bajo esos ojos hay corazones cuyo apetito visual es insaciable. Van de publicación en publicación, de pantalla en pantalla, de tendencia en tendencia, de ídolo en ídolo, esperando ser satisfechos. Nada es suficiente. Es por eso que una apariencia atractiva y bella expira, tanto como posesión personal y definición cultural. Envejecemos y la perdemos. Generaciones pasan y la alteran. Mantener la belleza es sencillamente agotador (y caro).

Mientras describía mi adolescencia a un grupo de chicas, mencioné lo «delgada y larguirucha» que era. Me miraron con horror. Interrumpiendo, una alumna exclamó: «¡Maestra, no estás delgada! Estás perfecta». Las otras chicas estuvieron de acuerdo. «¡Sí, maestra! No digas eso. No estás delgada. Eres hermosa». Sus palabras me dejaron en silencio. Mi yo adolescente había vivido en un mundo en el que la belleza requería delgadez; en su mundo, la belleza no requería delgadez. Escuché en sus palabras no un cumplido, sino una afirmación de verdad: la belleza mundana es cambiante.

Dios nos advirtió. Hace miles de años, dijo: «Vana es la belleza» (Pr 31:30), o según algunas traducciones, «pasajera» (NVI). El significado literal del adjetivo es el más contundente, ya que la palabra heḇel en hebreo denota «aliento». Desde la perspectiva de un Dios eterno, la belleza se desvanece con la subida y bajada de nuestra respiración. Si ponemos nuestra esperanza en la belleza, esta nos traicionará, y muy rápido.

¿Significa esto que Dios quiere que las mujeres cristianas se deshagan del maquillaje y tiren la toalla? ¿Sin maquillaje, sin pelo teñido, sin ropa nueva, sin membresía en el gimnasio y sin nada? ¿Debemos limitarnos a una vida de cabelleras, pelucas y colas de caballo muy extrañas? Estas no son malas preguntas, pero son las equivocadas. En cambio, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo cambia la definición de belleza de Dios nuestra búsqueda de belleza?

La belleza según Dios
En la economía de Dios, la belleza no está pendiente de sí misma, no habla de sí misma, no hace compras para sí misma, ni tampoco se entretiene con fotos de sí misma. La belleza definida por Dios no puede verse en un espejo. Más bien, palpita: «El hombre mira la apariencia externa, pero el Señor mira el corazón» (1 S 16:7). La belleza fluye de un corazón que late con bondad moral: amor, deleite y sumisión a Dios (Hch 13:22).


A diferencia de nuestra búsqueda de belleza física, no podemos preocuparnos, hablar, comprar o editar nuestro camino hacia la belleza del corazón. La Belleza —con B mayúscula— por la que debemos esforzarnos más, la Belleza en la que debemos gastar más tiempo y recursos, es una que no podemos empolvar en nuestros rostros. Es una persona que debemos buscar.

Esta Persona es Jesús, el único hombre cuyo corazón buscó perfectamente a Dios durante toda una vida. En Él encontramos y recibimos de Él la Belleza verdadera. No la belleza de las apariencias:

Creció delante de Él como renuevo tierno,
Como raíz de tierra seca.
No tiene aspecto hermoso ni majestad
Para que lo miremos,
Ni apariencia para que lo deseemos.

Fue despreciado y desechado de los hombres,
Varón de dolores y experimentado en aflicción;
Y como uno de quien los hombres esconden el rostro,
Fue despreciado, y no lo estimamos (Is 53:2–3).

Más bien, es la Belleza que ama y se sacrifica por los demás, en la que Dios se deleita:

Pero Él fue herido por nuestras transgresiones,
Molido por nuestras iniquidades.
El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él,
Y por Sus heridas hemos sido sanados (v. 5).

Esta es la Belleza que no perece al desmaquillarse ni se estropea de moda en moda. Es la Belleza que soporta con risas el proceso de envejecimiento y los comentarios inocentes de los niños (Pr 31:25). Porque, independientemente de la apariencia, su identidad es segura: «Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3:17).

La belleza como posesión y búsqueda
Queridas mujeres: Si llamamos al Hijo amado «Salvador» y «Señor» (Ro 10:9), poseemos esta Belleza por siempre y para siempre. Porque a los ojos de Dios hemos sido revestidas para siempre con el amor sacrificial de Cristo (Gá 2:20). No hay necesidad de preocuparse por llegar a ser y permanecer bellos en esta tierra. Cristo es la belleza eterna y nuestras vidas están escondidas en Él (Col 3:3).

Todavía luchamos por la belleza, pero ahora no por la belleza de la apariencia. Si poseemos la Belleza en Cristo, buscaremos la Belleza de Cristo. Nos esforzaremos, como aquellos que están libres de las modas cambiantes del mundo, para emular una Belleza eterna, para vivir como si la gloria de Dios fuera real, preciosa y digna de ser buscada, ahora y siempre.

Asemejarnos más al Hijo amado de Dios nunca pasará de moda. Podemos agotarnos en la búsqueda de la Belleza de Cristo, seguros de que «todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria» (2 Co 3:18). Al final del día, no nos meteremos en la cama con menos dinero y más productos. Nos iremos a la cama irradiando la Belleza de Dios en Cristo, satisfechos.

La belleza como un medio
A medida que la Belleza se hace más nuestra en Cristo, la belleza —con b minúscula— ocupará el lugar que le corresponde como un don dado por Dios para exaltarle a Él. Dios se interesa por la belleza visual porque, bueno, Él hace y sostiene todas sus expresiones. Nos hizo a Su imagen y semejanza. Por nuestra parte, utilizamos con humildad y alegría lo que Él ha hecho para exaltar a quien lo hizo (Col 1:16).

Como en cualquier pasatiempo neutral desde el punto de vista moral, buscamos utilizar la belleza terrenal para iluminar las realidades celestiales. Mientras nos pintamos la cara durante la mañana, podemos maravillarnos con la forma en que Dios pinta el cielo (Sal 19:1). Podemos adoptar nuevos estilos con el corazón cautivado por el Dios que nos ha provisto de un vestido imperecedero: la justicia de Cristo (Is 61:10). Podemos disfrutar de la belleza sin obsesionarnos con ella cuando buscamos disfrutar de su Fuente.

No digo que tengamos que acompañar con la Escritura y la meditación cada vez que usamos productos de belleza. Muchas actividades pasan por delante de nosotros sin ser examinadas. Pero todos podemos estar de acuerdo en que la belleza —como muchas otras actividades, como el atletismo o una carrera profesional— tiene una gran capacidad de volverse egocéntrica. Si no nos vigilamos a nosotros mismos, acabaremos observándonos solo a nosotros.

Mientras mis estudiantes descubren el pintalabios y los vestidos, mi oración es para que aprendan a utilizar la belleza como un medio para disfrutar y exaltar a Dios en lugar de al yo. Espero que conozcan la belleza con la que Dios las ha creado y la belleza a la que Él las llama. Aun así, no pueden aprender lo que las mujeres cristianas no entienden por sí mismas ni modelan para los demás. Veamos la belleza por lo que es, mientras nos aferramos a la Belleza por quien es Él.



Tanner Swanson



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