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¡Ayuda! Mis hijos no dejan de contestarme - Santiago 5:19-20

Estudio Biblico




Cuando nuestros hijos nos contestan
A todos nos ha pasado. Le dices a tu hijo que haga algo o intentas ayudarle a ver algo, sobre sí mismo o sobre el mundo en general, y responde inmediatamente con algún tipo de rechazo verbal.

A veces te refutan rápidamente: «¡Eso no es lo que pasó!».
Otras veces responden a la defensiva: «¡Ya lo estoy haciendo!».
A veces te atacan: «Pero tú no haces eso».
El tema detrás de la contestación es que tus hijos usan sus palabras para rechazar las tuyas, para protegerse de ti y de la influencia que intentas ejercer en sus vidas.

Es una situación difícil. Pensabas que tenías que decirle algo a tus hijos y te respondieron que no estaban de acuerdo. Te esforzaste por mostrar preocupación por ellos y se esforzaron por alejarte. Es doloroso. Es ofensivo.

Pero ahora la pelota está de nuevo en tu campo. ¿Qué es lo que debes hacer? Dos cosas: 1) ver el panorama general por ti mismo, y 2) ayudar a tu hijo a ver lo que realmente está haciendo.

Primero, mira el panorama general.
Tus hijos tienen un problema… pero no es tanto contigo como con quien te puso en sus vidas. Al faltarte el respeto —supongamos que lo que dijiste no fue pecaminoso o expresado de manera pecaminosa— están faltándole el respeto a Dios, ya que es Él quien ha dicho que deben respetarte (Éx 20:12). A menos que veas el asunto desde esta perspectiva más amplia, no podrás ayudar a tus hijos con su verdadera necesidad.

Esto no es una licencia para usar los mandamientos de Dios para coaccionar a tus hijos a hacer lo que tú quieres, es un llamado a que te sientas más molesto por el peligro que corren tus hijos al rechazar tu lugar en sus vidas que por cómo te hace sentir su rechazo.

Cuando estás más preocupado por tus hijos que por el impacto que tienen en ti, entonces estás en el momento adecuado para ayudarles. ¿Cómo lo haces?
No te sorprendas: Nacemos rechazando a Dios y Sus caminos, pensando que podemos establecer un rumbo mejor para nuestras vidas que Él. Al contestarte, tus hijos simplemente está expresando, de una manera más concreta, lo que siempre ha sido cierto sobre su naturaleza caída.

Abraza el plan sabio de Dios: Dios sabía que tus hijos necesitarían ayuda para lidiar con su condición caída. De todas las personas que pudo haber elegido, pensó que tú serías la mejor. Él puso a cada uno de tus hijos en tu familia para lograr Sus propósitos en sus vidas.

¿Te cuesta creerlo? ¿Luchas por aceptarlo y quererlo? Entonces pídele que Su gracia te cambie para que tu corazón acepte lo que Él quiere (Mr 9:24). Pídele que te ayude a creer que te dará lo que necesitas para obedecerle (2 P 1:3-4).

Estas son las mismas cosas que tus hijos también necesitan, pero no puedes guiarlos hacia la ayuda que necesitan sin que tú mismo lo experimentes primero.

Muéstrate compasivo: Tus hijos están en peligro de rechazarte no solo a ti, sino al Señor que los creó para Sí mismo. ¿Qué significa esto? Necesitan ser rescatados de lo que están haciendo (Stg 5:19-20), y Dios te ha concedido el privilegio de ser quien brinda los primeros auxilios.

Piensa en términos de estar en una misión de rescate y eso suavizará tu actitud hacia ellos, cambiará las palabras que usas, modificará tu tono y comunicará amor, no irritación ni ira.

Comprométete a largo plazo: No esperes una conversación de una sola vez con tus hijos, ni siquiera si tus hijos han entregado sus vidas al Señor. No es así como funciona la necedad. En cambio, el pecado se desarraiga lentamente a lo largo de la vida. Confórmate entonces con hacer incursiones regulares contra el pecado, en lugar de esperar eliminarlo de una vez por todas.

Identifícate con tus hijos: La parábola del siervo malvado nos recuerda que, aunque otra persona haya pecado enormemente contra nosotros, su deuda resulta insignificante en comparación con lo que nosotros hemos hecho a Dios (Mt 18:21-35).

En ese sentido, puede que no hayas contestado a tus propios padres (es dudoso, pero posible), pero seguro que has contestado a Dios.

Has renegado y te has quejado cuando no te ha dado lo que querías.
Has cuestionado Su bondad cuando ha dejado que te pase algo que no querías.
Le has desobedecido directamente: le has dicho que no cuando te decía lo que debías hacer.
No te aplastó. ¿Por qué? Porque Dios es experto en tratar con Sus hijos cuando le contestan. Jonás es un gran ejemplo de alguien a quien claramente no le gustaba lo que Dios estaba haciendo y se lo dijo sin tapujos (Jon 4:1-3).

Dios respondió hablándole a pesar de todo (Jon 4:4, 9-11), por su bien, no porque le facilitara la vida a Dios, sino porque eso era lo que Jonás necesitaba.

Él ha hecho lo mismo por ti. Él ha hecho contigo todo lo que ahora necesitas hacer con tus hijos: ha mantenido Su plan bueno para ti, se ha compadecido de ti y se ha comprometido contigo a largo plazo. Así que ahora, aprovecha lo que Dios ha hecho por ti cuando entres en el mundo de tus hijos.

Segundo, ayuda a tus hijos a ver lo que realmente están haciendo.
Regresa al punto de partida: A veces puedes hablar de la vida de tus hijos en el momento. Muchas veces, es más prudente dejar que todo se calme y volver a hablar del tema después. Luego de luchar con tu propio corazón y tu dolor, intenta volver a tu hijo y decirle: Oye, he notado un patrón entre nosotros y me pregunto si podemos hablar de eso. Parece que hay veces que me dices que no quieres escuchar lo que te digo. ¿Puedes ayudarme a entender qué está pasando?

El objetivo es entablar una conversación sobre el tema de la contestación en general. Si puedes, aquí tienes algunas cosas que pueden ser útiles para hablar de ello.

Exponer suposiciones ocultas: la mayoría de las veces, cuando un niño contesta a sus padres, no lo hace de forma reflexiva y razonada. En cambio, lo sueltan inmediatamente. Ayúdales a darse cuenta de lo que ocurre cuando no dan a sus palabras ni cinco segundos de consideración, que asumen que no tienes nada que decirles y que no te necesitan. Pregúntales si ese es el tipo de suposiciones que quieren hacer.

Recuérdales el panorama general: Tus hijos viven en el mundo de Dios al igual que tú, y tal como lo haces tú, también tienen la tentación de ignorar esta dimensión vertical de la vida. Haz que tomen conciencia recordándoles que Dios te ha puesto en sus vidas para ayudarles a vivir bien y que ellos tienen la responsabilidad de aceptar lo que Él les ha dado.

Pero ten cuidado al hacerlo. No se trata de una carta ganadora ni de una estratagema para que te obedezcan. Si ese es tu objetivo —¡por fin tengo una forma de hacer que me escuchen!— entonces tus hijos se sentirán (con razón) manipulados y resentidos. Por eso tienes que interesarte más por ellos y por el peligro que corren, que por el enfado o la frustración que tú sientes. Si no lo haces, usarás la culpa para conseguir lo que quieres en lugar de señalarles la gracia que necesitan.

Introduce algunos de tus sentimientos: Los niños hacen lo que hacen sin ver el impacto a largo plazo de sus acciones en los demás. De nuevo, sin intentar manipular a tu hijo, deja que vea lo que pasa dentro de ti cuando te rechaza verbalmente. Encuentra la manera de decir: Cuando rechazas mis palabras, me siento rechazado. Tengo ganas de alejarme, no lo haré porque te amo, pero me siento tentado, porque no me gusta esa sensación.

Anticipa el futuro: Ayuda a tus hijos a ver las implicaciones relacionales más amplias de lo que están haciendo. Diles algo como: Me preocupa cómo va a ser tu vida si sigues por este camino. Cuando la gente hace las mismas cosas una y otra vez, esas cosas se convierten en parte de nosotros, de manera que ni siquiera pensamos en ellas. Simplemente se convierten en la forma en que respondemos automáticamente. Así que, piensa conmigo aquí: ¿Cómo crees que será tu vida si el contestar a la gente se convierte en parte de ti? ¿Cómo crees que afectará a tu relación con tus abuelos? ¿Los profesores de la escuela? ¿Con los entrenadores? ¿Tal vez con tu jefe en el trabajo? ¿Crees que a tus amigos les gustará esto de ti? Ahora parece una buena idea, como quitarse de encima a mamá o a papá, pero ten cuidado, porque estás formando patrones que luego podrías realmente detestar.

Estas son cosas que pueden ayudar, pero recuerda que tu deseo que tu hijo te escuche y viva mejor no es algo que puedas hacer realidad. Esto es lo más difícil de la crianza de los hijos, puedes hacer que tus hijos escuchen tus palabras, pero no puedes hacer que amen lo que dices. Dios no te dio ese poder en la vida de nadie, ni siquiera en la de tu hijo.

Tu llamado es irrumpir fielmente en su mundo con la verdad de Dios de tantas maneras creativas como sea posible. Clama a Él por Su gracia para hacerlo y por Su misericordia para ablandar el corazón de tus hijos de manera que quiera escuchar lo que tienes para decir.

WILLIAM P. SMITH

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