DAVID MATHIS
¿Dónde está Jesús? Él se había ido y Pedro parecía estar al borde del pánico.
El día anterior había sido casi demasiado bueno para ser verdad. Jesús había trastornado Capernaúm, la ciudad natal de Pedro. Era el día de reposo (Mr 1:21). Jesús enseñó en la sinagoga y la gente con la que Pedro creció (sus amigos, su familia, todos los nombres y rostros familiares) estaban asombrados y atónitos. Primero, por la enseñanza de Jesús. Luego, cuando un hombre con un espíritu inmundo habló, Jesús simplemente respondió: «¡Cállate, y sal de él!» (Mr 1:25). El demonio obedeció.
Capernaúm quedó perplejo. La fama de Jesús se extendió inmediatamente. Luego Jesús fue a la casa de Pedro y sanó a su suegra de una fiebre.
Para cerrar el día con broche de oro, la casa de Pedro se convirtió en el centro de atención del pueblo esa tarde y noche (Mr 1:32-33). Jesús sanó a más enfermos y expulsó a más demonios. Había sido el día más grande de la vida de Pedro, el día más grande en la historia de Capernaum. ¿Qué podría deparar el mañana?
Otra sorpresa llegó esa mañana: Jesús se había ido.
Mientras todavía estaba oscuro
Cuando Pedro se levantó al día siguiente y Jesús no estaba por ningún lado, el apóstol reunió a su gente y comenzó una búsqueda. No tomó mucho tiempo recorrer Capernaúm y concluir que no estaba en la ciudad, así que dirigieron su búsqueda a las áreas silvestres, los lugares desolados, fuera de la ciudad. Allí lo encontraron: solo, sereno, contento.
Jesús, ¿qué estás haciendo? «Todos te buscan» (Mr 1:37). Por mucho que quisieran más milagros, no habría una repetición en Capernaum. Jesús ya había hecho su obra, al menos por ahora. Él les dijo que era hora de pasar «a los pueblos vecinos» para poder predicar allí también, «porque para eso he venido» (Mr 1:38). Salió de Capernaúm para escapar de su fama de hacedor de milagros y poder predicar su mensaje en otros lugares.
Como vemos un poco antes, salió también a orar; a un tiempo a solas con su Padre:
«Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba» (Marcos 1:35).
Algo que hacer
Hay más detrás de ese momento que solo Jesús modelando un «tiempo tranquilo» contemporáneo. De hecho, por siglos los cristianos han encontrado aquí el anillo de la sabiduría (incluso si las lecciones precisas pueden ser difíciles de articular). Jesús eligió levantarse cuando todavía estaba oscuro. Abrazó la madrugada en lugar de optar por maximizar el sueño, aun después de un día largo y agotador. ¿Podríamos tener algo que aprender de Él sobre la oportunidad de madrugar?
Jesús no es el primer madrugador registrado en las Escrituras. Cuando comenzamos a buscar, encontramos un legado sorprendentemente largo. Después de todo, han sido los días de levantarse temprano los que con frecuencia han pasado a la historia, el tipo de días que vale la pena registrar. Los grandes hombres de antaño, como los de hoy, se levantan temprano cuando tienen algo que hacer. ¿Por qué no maximizar su sueño si no hay nada urgente o importante por lo que levantarse? Sin embargo, cuando tenemos una gran necesidad, una gran oportunidad o un gran llamado, algo que tenemos que prestarle atención, nos levantamos temprano para atenderlo.
El legado de la madrugada
En los días más importantes, Abraham se levantó temprano para ver la destrucción de Sodoma (Gn 19:27), para despedir a Agar (Gn 21:14) y para responder al llamado de Dios de ir a Moriah con su único hijo (Gn 22:2-3). Dios le dijo a Moisés que se levantara temprano para presentarse ante Faraón y exigir la liberación del pueblo de Dios (Éx 8:20; 9:13). Más tarde, se levantaría temprano para inaugurar la alianza entre Dios y su pueblo en el Sinaí (Éx 24:4; 34:4). Josué, el suplente de Moisés, lo sucedió en el legado de levantarse temprano para cruzar el Jordán (Jos 3:1), tomar Jericó (Jos 6:12, 15), descubrir al traidor (Jos 7:16) y reclamar la victoria después de una derrota (Jos 8:10).
Gedeón se levantó temprano para perseguir al ejército de Madián en el famoso día que terminaría con un ejército de trescientos hombres (Jue 7:1). El profeta Samuel, habiendo oído de que Dios había rechazado al primer rey de Israel, se levantó temprano para confrontar a Saúl (1 S 15:12). Así también un David joven, el próximo ungido, se levantó temprano para visitar a sus hermanos en el campo de batalla donde eventualmente se enfrentaría a Goliat (1 S 17:20).
¿Qué te levanta temprano?
Cuando el Espíritu de Dios habla a través de sus instrumentos elegidos y promete la derrota sobre el ejército que se avecina, no duermes hasta tarde el día siguiente. Te levantas temprano, como lo hizo Josafat, y cabalgas al encuentro del enemigo con un coro en vestiduras sagradas a la cabeza (2 Cr 20:20-21). Cuando el avivamiento nacional comienza y reúnes a los líderes para restablecer el culto sagrado, no vas a paso lento más tarde en el día. Te levantas temprano, como lo hizo Ezequías, para poner tu rostro y manos en la tarea con el resto del pueblo (2 Cr 29:20).
Cuando el pueblo se reúne para escuchar la lectura y explicación de la Palabra de Dios después del exilio, no esperas hasta más tarde en el día y permites que otras preocupaciones te descarrilen. Comienzas temprano en la mañana, como lo hizo Esdras, y continúas hasta que hace demasiado calor al mediodía (Neh 8:3).
Cuando algo realmente importa, nos levantamos temprano para ello. Cuando nos aguarda una promesa en el día de mañana, o alguna gran ansiedad (2 R 19:35; Is 37:36), nos levantamos temprano para enfrentarla. Nos levantamos para «salir por la mañana» (1 S 29:10-11) en un largo viaje (Gn 31:55; Jue 19:5, 8-9; 1 S 1:19). Los reyes y ejércitos buenos se levantan temprano para la batalla (2 R 19:35; Is 37:36). Los hombres se levantan temprano para abordar problemas apremiantes (Gn 20:8) y hacer convenios importantes (Gn 26:31). Nuestros antepasados espirituales se levantaron temprano para tomar la tierra (Nm 14:40), para revisar el vellón (Jue 6:38), para espigar el campo (Rt 2:7).
Además, se levantaron temprano para orar. «Me anticipo al alba y clamo; en Tus palabras espero» (Sal 119:147). David escribe: «Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a Ti, y con ansias esperaré» (Sal 5:3). Aun en el dolor (¿y la depresión?) del Salmo 88, Hemán el ezraita no está demasiado abatido para levantarse de la cama: «Pero yo, a Ti pido auxilio, Señor, y mi oración llega ante Ti por la mañana» (Sal 88:13).
¿Alguna vez has considerado cuáles son las cosas por las cuales estás dispuesto a madrugar?
Charlas matutinas
Lo que hacemos a primera hora de la mañana, con el tiempo, dice mucho sobre nuestras verdaderas prioridades. En general, después de haber descansado y una vez que estamos completamente despiertos, tenemos nuestra mejor energía por la mañana. ¿A qué o a quién le daremos las primicias del tiempo y la atención de cada día? Con el tiempo, aprendemos a dar nuestra mejor energía a lo que más importa, lo que no podemos lograr con un enfoque y energía comprometida; aquello que no podemos darnos el lujo de que el torrente de distracciones diario echen a un lado.
Es trágico despertar y correr tras el pecado y la idolatría (Is 5:11; Éx 32:6). Es inapropiado (e irritante para los vecinos) ser ruidoso temprano en la mañana (Pr 27:14). Lo cual, para propósitos cristianos, puede hacer que las madrugadas sean tan valiosas. La quietud, la tranquilidad: es el momento del día donde hay menos distracciones.
Qué momento, con la boca del mundo cerrada, para escuchar y priorizar la voz de Dios y responderle, como lo hizo Jesús, en una oración matutina. Qué preciosos momentos, antes de que el mundo despierte, para recoger la porción del día de la Palabra de Dios, como el maná esperaba a los israelitas cuando se despertaban cada mañana en el desierto. Que su voz sea la primera que escuchemos cada día. Debemos saber que, sin importar lo temprano que nos levantemos, tendremos su oído en oración.
Él se levantó temprano
El capítulo final del Evangelio de Marcos comienza con otro acto de levantarse temprano y uno aún más sorprendente:
«Muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida» (Marcos 16:2-4).
De la misma manera, Juan también nota la hora: «María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra ya había sido quitada del sepulcro» (Jn 20:1). Lucas también añade: «fueron de madrugada al sepulcro» (Lc 24:22).
Es apropiado que cuando Jesús se levantó de entre los muertos, resucitara temprano. Tenía algo que hacer. No podía dormir hasta tarde cuando una nueva era estaba amaneciendo. Resucitó con un propósito. Él se levantó temprano.