Muy alta es la sabiduría para el necio
En la puerta de la ciudad no abre la boca (24:7).
Una de las actividades más populares de nuestro tiempo es la opinología. Ahora podemos «solucionar» todos los problemas del mundo, despotricar de todos los políticos y entrometer nuestra opinión sobre cualquier problema que se presente en cualquier lugar bajo el sol. No es necesario conocer bien del tema, tener experiencia o conocimientos y ni siquiera que sea algo que nos afecte de alguna manera. Solo basta tener algo para decir y decirlo sin tapujos.
Aunque el cúmulo de opiniones ha crecido con la masificación de las redes sociales, lo cierto es que los problemas del mundo no se han solucionado y los políticos no han cambiado. Lo que sí ha quedado en evidencia es que de la abundancia del corazón habla la opinión. Más que soluciones o comentarios tratados con altura y sabiduría, hemos encontrado una necedad generalizada. Ella se manifiesta en una terquedad violenta que plantea una opinión sin el mayor sustento, con mucha insolencia y que solo descansa bajo los cimientos imaginarios de palabras que finalmente se las lleva el viento.
Una de las grandes diferencias entre la sabiduría y la necedad es la capacidad de concretar cosas en el mundo real. El proverbio del encabezado nos habla de que la sabiduría le queda tan lejos al necio que, «en la puerta de la ciudad no abre la boca». Esta frase requiere cierta explicación contextual. La puerta de la ciudad era donde se sentaban los jueces, los comerciantes y las autoridades de la ciudad para negociar, tomar decisiones, solucionar problemas y dirimir controversias. No era un lugar para solo opinar sin mayores repercusiones, sino para alcanzar acuerdos reales que afectarían a los habitantes de la ciudad. La verdad es que un necio opinólogo se queda callado en el mundo real porque sus comentarios sin mayor sustento o sabiduría son, en realidad, aéreos e inaplicables. Lanzarlos entre los sabios solo demostraría con rapidez que no son más que… ¡opiniones volátiles!
Puedes evaluar tu grado de necedad o sabiduría solo observando y examinando tu capacidad de concretar en el mundo real. El maestro de sabiduría dice: «Con sabiduría se edifica una casa, y con prudencia se afianza; con conocimiento se llenan las cámaras de todo bien preciado y deseable» (vv. 3-4). Esto se opone a la observación que el maestro de sabiduría hace de la propiedad de un perezoso (necio):
He pasado junto al campo del perezoso
Y junto a la viña del hombre falto de entendimiento,
Y vi que todo estaba lleno de cardos,
Su superficie cubierta de ortigas,
Y su cerca de piedras, derribada (vv. 30-31).
La realidad objetiva siempre será el mejor referente para evaluar la diferencia entre un necio y un sabio. Las palabras, las opiniones y los comentarios se los lleva el viento, pero la sabiduría, «Si la hallas, entonces habrá un futuro, y tu esperanza no será cortada» (v. 14b).
Debo aclarar que los proverbios no son promesas, sino instrucciones que producirán sabiduría y fruto en la vida real si son llevadas a cabo. Por eso la esperanza y el futuro no es algo que se espera que ocurra de forma sobrenatural o hasta mágica, sino que se obtiene con tesón y esfuerzo para vivir una vida buena. El maestro de sabiduría dice: «El hombre sabio es fuerte, y el hombre de conocimiento aumenta su poder. Porque con dirección sabia harás la guerra, y en la abundancia de consejeros está la victoria» (vv. 5-6). Podrás notar que él habla de situaciones concretas que requieren acciones concretas, consejos acertados y un orden que permita salir adelante en medio de las dificultades.
Salir de la necedad es dejar la opinología por la acción real y decidida por alcanzar la vida buena. Dos consejos finales para poder lograrlo. En primer lugar, cuídate de quienes están a tu alrededor y que solo demuestran opiniones, pero no acciones y menos estabilidad en sus vidas: «Hijo mío, teme al Señor y al rey; no te asocies con los que son inestables; porque de repente se levantará su desgracia, y la destrucción que vendrá de ambos, ¿quién la sabe?» (vv. 21-22). En segundo lugar, dejar la necedad es abandonar la palabrería de opiniones sin sustento para buscar trabajar a través de un orden de prioridades en la vida real que nos permita crecer y fructificar: «Ordena tus labores de fuera y tenlas listas para ti en el campo, y después edifica tu casa» (v. 27).
Una de las obras que la salvación, ofrecida por el evangelio, produce en nosotros es la fructificación. Nuestro Señor Jesucristo ya nos advertía que nada bueno se puede sacar solo de las opiniones vacías, sino que la verdadera sabiduría se prueba en los frutos. Por eso, usando la figura de un árbol, Él dijo lo siguiente con respecto a los falsos profetas, los opinólogos de falsas esperanzas:
Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los conocerán (Mt 7:16-20).
Los frutos buenos y malos no se miden por su calidad intrínseca, sino por la naturaleza del árbol. Lo que Jesús dice es que los espinos no dan uvas ni los cardos darán higos. Un necio no podrá concretar nada bueno en la vida porque su propia naturaleza se lo impide. La única posibilidad es, entonces, darle un vuelco a la vida, arrepentirnos de nuestra necedad y pedirle al Señor que nos transforme haciéndonos sabios para poder concretar una vida buena con frutos buenos para Su gloria.
JOSÉ «PEPE» MENDOZA