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Nuestra disciplina espiritual más descuidada - Mateo 26:41

Estudio Biblico


BRIAN G. HEDGES


Trabajé durante un verano matando árboles de mezquite en vastos acres de pastizales sin cultivar para un viejo ranchero tejano. Con un tanque de herbicida en mi espalda y un rociador en mi mano, caminé incontables millas a través de la hierba alta de los pastizales. Era un trabajo aburrido, excepto por una cosa: las serpientes de cascabel.

Me encontraba en el Big Country de Texas, una zona famosa por su redada anual de serpientes de cascabel. Mi única medida de protección era un par de fundas de plástico que llevaba sobre mis jeans y que eran lo suficientemente duras como para desviar los colmillos de una serpiente de cascabel. Pero estas fundas no fueron suficientes para que bajara la guardia. Al igual que Indiana Jones, mi héroe de la infancia, yo odiaba las serpientes (¡y todavía las odio!), y nunca sabía cuándo se cruzaría una cascabel en mi camino. Una vez estuve a medio metro de pisar una. Esa experiencia me hizo estar vigilante: Miraba por dónde pisaba, atento a cualquier leve indicio del sonido de un cascabel, listo para saltar ante cualquier movimiento repentino. El peligro parecía inminente y yo estaba atento.

Vigilancia espiritual
Velar es un componente esencial de la disciplina espiritual de la vigilancia. Ser vigilante es estar en guardia. El centinela de una ciudad está vigilante. Está atento a la llegada del enemigo. Los guerreros son vigilantes. Están atentos y desconfían de cada movimiento de su antagonista. Las personas se vuelven vigilantes cuando se dan cuenta de que están en peligro. Como soldados de la cruz, estamos rodeados de enemigos.

En las palabras de un viejo himno:

Cristiano, no busques ahora reposo,
desecha tus sueños de tranquilidad;
Estás en medio de los enemigos:
Velad y orad.

La vigilancia, por tanto, es tan necesaria para una vida espiritual sana como la meditación y la oración. Jesús le dice a Sus discípulos «Velen y oren para que no entren en tentación» (Mt 26:41). Las cartas de Pablo, Pedro y Juan tocan la misma nota, instándonos a ejercer la vigilancia moral y la oración vigilante (1 Co 16:13; Gá 6:1; Col 4:2; 1 Ti 4:16; 1 P 4:7; 2 Jn 8). Hebreos ordena la vigilancia y la exhortación mutuas, al tiempo que nos recuerda que debemos obedecer a los líderes que velan por nuestras almas (Heb 3:12; 13:17).

Sin embargo, a pesar de este énfasis bíblico, la vigilancia es una práctica que rara vez se menciona en los manuales contemporáneos de disciplinas espirituales.

No siempre ha sido así. De hecho, los puritanos del siglo XVII escribieron a menudo sobre la vigilancia y su aplicación práctica en nuestras vidas.

Richard Rogers, por ejemplo, fue uno de los primeros puritanos que publicó un importante libro titulado Seven Treatises [Siete tratados] en 1602. Dividido en siete partes, este compendio de novecientas páginas sobre la vida cristiana, explora todo el espectro de la experiencia y la vida religiosa. En el tercer tratado, Rogers analiza «los medios por los que una vida piadosa es ayudada y preservada» y divide estas ayudas en dos categorías: públicas y privadas. Los medios privados incluyen cosas que podrías esperar, como la meditación, la oración y el ayuno.

Pero el primero en la lista de ayudas privadas de Rogers es la vigilancia, «que es digna de colocarse en primer lugar, ya que es como un ojo para todas los demás, para verlas bien y usarlas correctamente».

La implicación es clara: descuida la vigilancia y entorpecerás las demás prácticas espirituales. La vigilancia es el afilador de las disciplinas espirituales, la práctica que mantiene afilados los demás hábitos.

Guarda tu corazón
La disciplina de la vigilancia incluye tanto aspectos negativos como positivos. En el aspecto negativo, hemos de guardar implacablemente nuestro corazón del pecado y la tentación, sin pensar en proveer para la carne (Pr 4:23; Mt 26:41; Ro 13:14).

Esto requiere cultivar el examinarnos a nosotros mismos, donde hacemos un inventario regular de nuestras tendencias personales hacia pecados particulares, lo que el puritano Isaac Ambrose llamó «pecados de Dalila». A los pecados de Dalila, al igual que la amante filistea de Sansón, les gusta sentarse en nuestro regazo y susurrarnos palabras dulces al oído, pero nos entregarán a nuestros enemigos en un santiamén e interrumpirán nuestra fuerza moral. Estos son los patrones de pecado específicos que hemos cultivado a través del pecado voluntario y habitual. Como zanjas profundas que surcan un camino fangoso, estos vicios están grabados en nuestras vidas a través de las rutinas diarias, la racionalización autojustificativa y la repetición continua.

Una vez identificados estos patrones de pecado, debemos proteger persistentemente los puntos de entrada al corazón. John Bunyan, en su alegoría La guerra santa, se refiere a estos puntos de entrada como cinco puertas a la ciudad de Mansoul (Alma humana): «La puerta del oído, la puerta del ojo, la puerta de la boca, la puerta de la nariz y la puerta de las sensaciones». Cuando no vigilamos, la tentación se cuela en nuestro corazón por una puerta descuidada. Esto significa que no podemos cuidar nuestro corazón sin tomar en consideración los sitios web que visitamos, los libros que leemos, los programas y películas que vemos, los lugares que frecuentamos, y la música y los mensajes que llenan nuestros oídos.

La disciplina de la vigilancia es como un sistema doméstico de seguridad. Un sistema de vigilancia efectiva incluye varios componentes, como cámaras de seguridad, sensores de movimiento, focos, cerraduras eléctricas y alarmas de alto nivel. Todos estos componentes sirven para un propósito: proteger el hogar de intrusos peligrosos. De manera similar, la vigilancia abarca una variedad de prácticas, como el autoexamen, la oración, la meditación y la rendición de cuentas, pero todas regidas por la única intención de guardar el corazón.

Pon tu mirada en Jesús
Pero la vigilancia también tiene una dimensión positiva. No solo debemos mortificar el pecado y evitar la tentación. También debemos poner nuestra mirada en Jesús. Volviendo a la metáfora de la ciudad, no solo debemos guardar las puertas de nuestras almas de intrusos peligrosos, sino también llenar nuestros corazones con el evangelio. Nuestro objetivo al guardar nuestros corazones no es mantenerlos vacíos, sino hacer espacio para que Cristo habite por la fe en nuestros corazones (Ef 3:17).

Así que, aunque la práctica de la vigilancia requiere que nos vigilemos a nosotros mismos, nunca debe centrarse en el yo. La mirada firme de nuestras almas debe ser hacia adelante, hacia arriba y hacia fuera. Vigilamos con los ojos puestos hacia adelante, mientras anticipamos la venida de nuestro Señor (Mt 24:42; 25:13; Lc 12:37; Ap 16:15). La vigilancia también implica una mirada hacia arriba, porque Pablo nos dice que pongamos la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Co 3:1-2). Como los corredores de una maratón, no miramos hacia nuestros pies, sino hacia adelante y hacia la línea de meta, ciertamente hacia Cristo mismo. Corremos la carrera que tenemos por delante, «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Heb 12:2).

Quizá nadie me haya ayudado a aprender cómo poner mi mirada en Cristo mejor que el pastor escocés del siglo XIX Robert Murray M’Cheyne. En una carta a un creyente en problemas, M’Cheyne dijo: «No ocupes tu tiempo en estudiar tu propio corazón, sino en estudiar el corazón de Cristo. Por cada mirada a ti mismo, ¡mira diez veces a Cristo!».

¡Eso es! La clave de la vigilancia es mantener nuestros ojos continuamente enfocados, no en el yo, sino en el Salvador.
Brian G. Hedges

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