VILMA DE MÉNDEZ
Dios es nuestro Sustentador y nos alienta. Su Palabra está llena de promesas e instrucción para animarnos, darnos aliento y fuerzas: «No temas, porque Yo estoy contigo; No te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré» (Is 41:10).
Esa característica intrínseca de nuestro Dios también ha sido impresa como parte de la imagen de Dios en nosotras: debemos alentar intencionalmente a otros.
El apóstol Pablo dice en la carta a los corintios: «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Co 11:1). Esa iglesia atravesaba muchos problemas y Pablo, en medio de esas circunstancias tan difíciles, les anima y les dice: «Los alabo porque en todo se acuerdan de mí y guardan las tradiciones con firmeza, tal como yo se las entregué» (v. 2). Ellos estaban en pecado y Pablo los está alentando de forma intencional para animarlos a crecer en santidad.
Sabemos que el Señor nos manda a exhortar, amonestar y reprender a los que están en pecado y también buscar que vuelvan al camino los que se han desviado y apartado (He 3:13, 10:26-39; 1 Ti 5:20; 2 Ti 4:2). Dios nos llama al arrepentimiento y confesión para que volvamos a Él constantemente. Hay lugar y tiempo para llamar al arrepentimiento, así como también hay lugar para alentar, animar y afirmar.
La importancia de alentar a otros
¿Qué es alentar? Alentar es expresar una actitud que infunda ánimo en otros. Soy llamada a alentar a mi esposo, hijos, estudiantes y todos los que están a mi alrededor. ¿Cómo puedo alentar a otros? Alguien decía que hay que dar tres alabanzas por cada crítica. Aprendí esto del pastor Sam Crabtree del ministerio de Bethlehem Baptist Church, en Minnesota. Él escribió un libro sobre este tema que me ayudó mucho. Alentar es alabar, hablar bien, recomendar, felicitar o elogiar. Hacerlo no es fácil, ni tampoco natural. Debo orar al Señor por ayuda para poder hacerlo.
De manera natural, yo quiero toda la alabanza para mí, todas las felicitaciones para mí, las recomendaciones, los elogios, ¡todos para mí! Todas queremos ser afirmadas y todas queremos la aprobación de los demás, pero solo para nosotras y no tenemos mucha disposición para entregarla. Pero Dios no es así.
Dios merece toda la gloria y aún así nos infunde ánimo, siendo nosotros criaturas pecadoras y llenas de problemas e imperfecciones. Sin embargo, por el gran amor con que nos amó, dio Su vida en la cruz por pecadores que no merecíamos otra cosa más que la separación eterna de Él. Dios por medio de Cristo nos dice: «No temas, ten ánimo, no desmayes, sé valiente, yo estoy contigo». ¡Qué maravilloso es nuestro Dios al decirnos esto!
El Señor nos llama a imitarlo (1 Pe 1:16; Jn 13:14; Mt 11:29). Por lo tanto, debemos procurar hacer lo mismo con otros y ser, por ejemplo, una fuente de aliento para nuestros esposos e hijos. Tenemos que reconocer sus cosas buenas y no dudar en reconocerlas hasta de forma pública. Pablo es sabio y habló bien de los Corintios, aun cuando sabía que ellos tenían muchos problemas.
Alentando con sabiduría y gracia
Pablo dice «no los alabo» (1 Co 11:17). Aun cuando no hace la vista gorda a los problemas de los corintios, su primera acción es reconocer lo bueno de ellos antes de reprenderlos por sus pecados. Pablo espera el momento adecuado para mostrar los motivos por los que no los alababa, pero aun la reprensión la hace en amor y bajo la expectativa de que ellos se arrepientan y cambien para la alabanza de la gloria de Dios.
Aprendamos de esto. Antes de criticar, debemos dar palabras de ánimo y reconocer que podemos llegar a decir algunas cosas buenas de otros. Si una hermana no me agrada pero ella es muy trabajadora, puedo enfocarme en esa cualidad y elogiarla. Algo bueno podemos encontrar o buscar en nuestro prójimo. Pablo elogia y habla bien de otros en sus cartas.
Dios también nos conoce perfectamente y nuestra condición no le es oculta. Sin embargo, también muestra y evidencia lo que sea digno de alabanza en sus siervos. Veamos algunos ejemplos: Él dice de Abraham que era obediente y el padre de la fe. Sin embargo, vemos a Abraham mintiendo sobre Sara y poniéndola en peligro. De Moisés, dijo que no hay hombre tan manso como él en la tierra. Pero Moisés fue el que se airó y golpeó la roca; Dios no perdió de vista ni lo uno ni lo otro porque es un Señor justo. Dios dice de David que era un hombre conforme a su corazón, pero lo reprendió cuando David cometió adulterio con Betsabé y mandó matar a su esposo; Dios no actuó con parcialidad.
Busquemos y recordemos lo mejor en otros. Veamos que Dios es bueno.
El ejemplo de Pablo
Debemos ver la gracia de Dios en otros y los dones que el Señor les ha dado. El apóstol Pablo refleja a un Dios alentador (Ro 16:1-15). Veamos algunos ejemplos: Dice de Febe que ha ayudado a muchos; dice de Priscila y Aquila que son colaboradores en Cristo y que expusieron su vida por la causa de Cristo; de María resalta que ha trabajado mucho; dice de Andrónico y Junias que «son parientes y compañeros de prisión y vinieron a Cristo antes que yo»; dice de Trifena y Trifosa que son «obreras del Señor».
Pablo va describiendo uno a uno, a cada uno de los hermanos y hermanas para decir algo bueno de ellos. Él dice de Persida, que trabaja mucho; de Amplias, que es un querido hermano; de Urbano, que es un colaborador; de Apeles, que es el aprobado en Cristo; de Herodión, «mi pariente»; de Narciso y su casa, «fieles en el Señor»; de Rufo, «escogido en el Señor», y a su madre la menciona como «una madre para mí».
Nosotras debemos ser así: influyentes, conectoras y alentadoras intencionales. Nuestro mayor llamado es mostrar la gloria de Dios por medio de ser sus hijas. El llamado no cambia por ser niña, adolescente, soltera, viuda, divorciada o si estoy sola. Mi llamado es reflejar Su imagen y Su gloria. Si eres creyente, eres una hija amada, escogida, y perdonada. Ese privilegio no lo tiene todo el mundo y esa es tu identidad. Eso no cambia, venga lo que venga.