Hace un año leí un libro que me ayudó a entender lo que sucede en el cerebro de mi hija cuando me escucha leerle en voz alta. La autora detalló varias evidencias sobre los beneficios de esta práctica. Entre todas, la que más llamó mi atención fue una investigación realizada en la universidad Georgetown. Durante el 2017, un grupo de investigadores estudió los efectos de leer textos en voz alta a veinte bebés de alrededor de 26 a 34 semanas de vida. Los monitorearon durante noventa minutos con aparatos que registraron su estado fisiológico; por ejemplo el ritmo cardíaco, la presión arterial, la respiración y los niveles de oxígeno.
Una de estas bebés nació prematuramente sufriendo una hemorragia cerebral entre otras complicaciones. Como parte de la investigación, al cabo de dos semanas colocaron un audio con la lectura que su mamá había grabado previamente mientras la bebé yacía en la incubadora. La respuesta ante este estímulo fue rotunda: ella comenzó a moverse tan pronto la bebé escuchó la voz de su madre.
Además de estadísticas y datos interesantes, los estudios también nos dejan ver cómo Dios diseñó nuestro cuerpo de tal forma que somos capaces de responder a diferentes estímulos desde bebés. Las ondas sonoras de la voz, especialmente la de los padres, podría ayudar a estimular y activar neuronas que permitirían darle esperanza de vida a pequeñitos como el de nuestro ejemplo.
Aun cuando muchos piensan que un bebé desde el vientre hasta su primer año de vida no comprende lo que se le pueda decir, estos estudios demuestran lo contrario. Si bien es cierto que aún no logren identificar quién es el personaje principal o cuál es el argumento; tampoco deja de ser cierto que algo está ocurriendo al momento de usar tu voz como canal del mensaje que les transmites. Además de comunicarle algo a tu bebé, también estás proveyendo alimento emocional e intelectual, habilidades creativas, vocabulario, entre otros beneficios. ¿Alcanzas a comprender lo importante que es tu voz para tus hijos?
Si leer una historia en voz alta a nuestros bebés tiene el poder de estimular de tal manera su cerebro, entonces considera, ¿qué pasaría si lo hiciéramos todos los días? ¿Qué pasaría si lo que leyéramos fuera algo más nutritivo que una historia de ficción? ¿Qué tal si desde temprana edad les comunicáramos la Palabra de Dios?
Quizá en este momento podrías pensar que es un poco prematuro leer la Biblia a un pequeño, pero permíteme animarte con estas tres razones que no puedo dejar de lado:
1) La Palabra es vida
La investigación demostró el efecto sorprendente que lograba la voz de los padres en el bebé prematuro, al punto de estabilizar su ritmo cardíaco y respiratorio. La autora lo describe así: «Se podría decir que las voces de sus progenitores eran, en cierto modo, curativas» para esos pequeños bebés que habían nacido antes de tiempo.
Algo semejante sucede con nosotros y nuestro Creador. Él nos diseñó para que le reconozcamos, identifiquemos Su voz y le sigamos. ¿Cómo pues, reconocerán la voz del Padre si no dirigimos a nuestros hijos hacia Él? Ellos necesitan escuchar el evangelio y conocer a Dios. La Biblia nos revela a ese Señor y Salvador. Es necesario, entonces, que nuestros hijos escuchen de nuestra voz esas buenas noticias, «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He 4:12).
Al hablarle la Palabra de Dios a nuestros pequeños, no solo estamos contándoles que existe un Dios; también estamos acercándolos a conocer quién los formó y los pensó desde antes de la creación misma. La Palabra, aun hablada, tendrá el poder que siempre tuvo: ser la voz de Dios hablándole a Sus criaturas para darles gracia de vida eterna.
2) La Palabra es esperanza
Es natural que los padres queramos preparar a nuestros hijos desde temprana edad para que adquieran las habilidades necesarias para defenderse en este mundo. Desde que nacen nos enfrentamos a decisiones sobre su alimentación, actividades de estimulación temprana, en qué colegio deben estudiar y un sinfín de posibilidades que se presentarán a lo largo del camino.
Ahora, no está mal pensar en todas estas decisiones pero quizá nos estamos olvidando de cómo estamos preparando sus corazones y mentes para su encuentro con Cristo.
Un dicho popular en mi país expresa que «lo último que se pierde es la esperanza». Como creyentes, sabemos que la Palabra de Dios en sí es esperanza. Podemos perderlo todo, pero tenemos la certeza de que nada podría separarnos de nuestro Señor (Ro 8:39). Esta misma verdad la anhelamos para nuestros hijos.
He allí la importancia de plantar la semilla del evangelio de Cristo desde temprana edad, sabiendo que la obra redentora vendrá por Jesús a través del Espíritu Santo. Aprovechemos entonces los días y permanezcamos firmes hablando Su Palabra a viva voz a nuestros hijos y llevándola a la vida práctica. Tengan la edad que tengan, «enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes…» (Dt 6:7).
3) La Palabra es nuestra mayor herencia
Dios le pide a Moisés que le enseñe al pueblo de Israel a que amen a su Dios con todo su corazón, con toda su alma, y con todas sus fuerzas (Dt 6:5) y que esto se los enseñen a sus hijos diligentemente, hablando estas verdades cuando estén en casa, cuando estén fuera, cuando se acuesten y cuando se levanten.
Es decir, en todo momento debemos usar nuestra voz para hablarles de Su Palabra. Entonces, ¿qué mejor que comenzar haciéndolo desde ya? Que nuestra mayor herencia dejada a nuestros pequeños sea el pan de vida con el que mamá los alimentaba desde temprana edad.
Quizá estés pensando que es poco probable que un bebé comprenda lo que significa la salvación, ya que eso implicaría hablarle de conceptos como la muerte, la cruz, el pecado, etc. Bueno, es verdad. Pero así como estimulamos el vocabulario a través de la lectura de cuentos o canciones con el objetivo de prepararlos para cuando aprendan a hablar o escribir, hablarles del mensaje de redención no solo los prepara para llenar su mente de la Palabra de Dios, sino para dejarles como herencia aquello que será lo único que recordará el día de salvación. «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10:17).
No menospreciemos lo que Dios puede hacer con nuestra voz hablada a nuestros bebés desde que están en nuestro vientre. Nunca será demasiado temprano para proclamar el reino de nuestro Señor aquí en la tierra. Porque, ¿acaso no tendrá más valor Su Palabra que cualquier otro consejo bien intencionado? Su Palabra tiene vida y poder (He 4:12). Su Palabra es verdad (Sal 119:160). Su Palabra no volverá vacía sin haber logrado el propósito para el cuál fue enviada (Is 55:11). Que Dios nos ayude a hablar la verdad a nuestros hijos en todo tiempo.
PAOLA BALVÍN DE SÁNCHEZ