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¿Por qué Dios se revela en términos humanos? - Colosenses 1:16

Estudio Biblico






Dios se revela a Su pueblo en la Biblia. Los primeros capítulos de Génesis nos muestran que Dios es relacional. De hecho, toda teología verdadera es teología relacional, ya que Dios, en Su tri-unidad, es un Dios relacional. Dios se relaciona con Sus criaturas, especialmente con las que están hechas a Su imagen y semejanza, de una manera adecuada a su condición de criaturas. Como Dios es sabio y bueno, no se relaciona con Adán en el jardín de una manera que lo confunde totalmente. Por el contrario, hay una simplicidad hermosa en cuanto a la forma en que Adán debe vivir en relación con Dios, que es una amistad con Dios basada en Su condescendencia bondadosa.

Ahora bien, eso no significa que no seamos confrontados frecuentemente en la Palabra de Dios con la majestad suprema e infinita de nuestro Dios, como le sucedió a Job. Dios es infinito en Sus perfecciones; posee una omnisciencia inmutable; goza de una omnipotencia eterna. Solo a Él podemos decir con David: «Tuya es, oh SEÑOR, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad… Te exaltas como soberano de todo» (1 Cr 29:11). Nuestro Dios está revestido de una «majestad impresionante» (Job 37:22).

Sin embargo, también encontramos que mucho de lo que nos pertenece como humanos se atribuye también a Dios. Leemos que Dios tiene «rostro» (Éx 33:20), «ojos» (y «párpados», Sal 11:4), «oído» (Is 59:1), «nariz» (Is 65:5), «boca» (Dt 8:3), «labios» (Is 30:27), «lengua» (Is 30:27), «dedo» (Éx 8:19) y muchas otras partes del cuerpo. Además, a veces leemos que Dios posee emociones humanas. A veces está celoso o se ha entristecido (Dt 4:24; 32:21; Sal 78:40; Is 63:10). Dios, quien acaba de hacer el mundo mediante actos de poder, sabiduría y bondad divinos, le pregunta a Adán después de que ha pecado: «¿Dónde estás?». (Gn 3:9).

Dios sin pasiones
¿Qué deben hacer los cristianos con estas declaraciones de Dios? ¿Es Dios eternamente inmutable en Su ser, o tiene, como los humanos, la capacidad de cambiar? ¿Puede Dios experimentar realmente la angustia o aprender algo nuevo? ¿Qué significa que Dios, que es Espíritu, se «enoje»? ¿Realmente necesita Dios preguntar a Adán su ubicación, como si no pudiera encontrarlo?

Si estamos comprometidos con el punto de vista bíblico y teológico de que Dios es inmutable (Sal 102:26-28), estamos afirmando que en Dios no hay cambio en el tiempo (es eterno) ni en la ubicación (es omnipresente) ni en la esencia (es el puro ser). Dios no cambia ni puede cambiar (Mal 3:6; Is 14:27; 41:4). Por lo tanto, no hay «pasiones» en Dios, como si en Su esencia pudiera estar más o menos contento, o más o menos enojado. Dios es lo que siempre fue y será (Stg 1:17) en la infinita felicidad y dicha que llamamos «bienaventuranza» divina.

Un Dios inmutable no tiene pasiones; o, como célebremente dijo John Owen, «un dios mutable es del montón». No negamos que Dios tenga afectos (por ejemplo, ira u odio), pero los afectos como la ira en Dios son actos de su voluntad exterior o se aplican a Dios de forma figurada.

Las pasiones se refieren a un cambio emocional interno, propio de los humanos. Pensemos en el aumento de nuestra presión sanguínea con la ira. Los celos de Dios —una forma metafórica de hablar de Él— nos ayudan a entender los actos externos de Su voluntad. Cuando Dios quiere que los malvados sean castigados, a veces de la manera más severa (como el diluvio en tiempos de Noé), podemos hablar de la «ira del Señor». Dios debe castigar el pecado porque es santo y justo. Cuando ejecuta externamente Su castigo, las Escrituras hablan a menudo de Su furia o ira. Pero sugerir que Acán, por ejemplo, podría disgustar a Dios de modo que el Señor se sienta menos feliz, es convertir a Acán en Dios y a Dios en Acán (Jos 7).

La inclinación asombrosa de Dios
Dios se relaciona con los portadores de Su imagen de una manera que hace justicia a la historia de la redención. Él condesciende y, por nuestro bien, a veces se apropia de «pasiones» que, aunque no son propiamente verdaderas de Su ser, son formas de expresión que nos ayudan a entender cómo se relacionará con nosotros en términos de Sus propósitos y Su voluntad.

Herman Bavinck (1854-1921) explica la importancia del trato de Dios con nosotros de esta manera: «Si Dios nos hablara en un lenguaje divino, ninguna criatura lo entendería. Pero lo que caracteriza Su gracia es el hecho de que, desde el momento de la creación, Dios se rebaja a Sus criaturas, hablándoles y apareciendo a ellas de forma humana» (Reformed Dogmatics [Dogmática reformada], 1:100). Si no lo hiciera, nos quedaríamos en una nube de oscuridad inescrutable respecto a quién es Dios y qué hace en el mundo.

Ahora bien, el hecho de que Dios se «incline» y «aparezca» no son meros antropomorfismos en el sentido de que se acomode a nosotros en cuanto al lenguaje que utiliza. Más bien, el lenguaje humano que se utiliza de Dios en el Antiguo Testamento se cumple maravillosamente en la persona de Cristo en Su encarnación.

Cristo antropomórfico
El Hijo se relacionaba con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento habitando en medio de ellos (1 Co 10:4). Según Owen, al habitar con Su pueblo, el Hijo, «constantemente asume para Sí afectos humanos, para dar a entender que llegaría un momento en que actuaría inmediatamente en esa naturaleza. En efecto, después de la caída no se dice nada de Dios en el Antiguo Testamento, nada de Sus instituciones, nada de la forma y manera de tratar con la iglesia, sino lo que tiene que ver con la futura encarnación de Cristo» (Works [Obras], 1:350).

Esta es una manera hermosa de entender el Antiguo Testamento. Estos antropomorfismos atribuidos a Dios no son solo una forma de acomodación de Su parte en cuanto a Su relación de pacto con Su pueblo, sino que preparan el escenario para la encarnación del Hijo de Dios. Sin embargo, dado que el Hijo es la razón de todas las cosas (Col 1:16), es evidente que el lenguaje antropomórfico relativo a Dios no es meramente anticipatorio de Jesús, sino que emana de Él desde el principio.

Owen añade que habría sido absurdo hablar de Dios continuamente por medio de antropomorfismos (como el dolor, la ira, el arrepentimiento, etc.) a menos que se pretendiera que el Hijo tomara para sí «la naturaleza en la que habitan tales afectos» (350).

Todo lo que antropomórficamente no se atribuye propiamente a Dios, en realidad se atribuye propiamente a Cristo como Dios-hombre. Jesús, quien tiene brazos y ojos, un corazón y un alma, también se aflige (Mr 3:5) y expresa indignación (Mr 10:14). Lo que es imposible para Dios, quien no puede cambiar, es posible en Cristo por la gloria de la encarnación. En Él podemos afirmar tanto la inmutabilidad de Dios, como también su capacidad de expresar las pasiones humanas. El Hijo de Dios, como una persona con dos naturalezas, es a la vez inmutable y cambiante; experimentó un gozo infinito en la deidad, pero también, mientras estuvo en la tierra, un dolor inexpresable en Su humanidad.

Siempre dispuesto a ser hombre
Nuestro Señor Jesús no solo es el cumplimiento de todas las promesas, que son sí y amén en Él (2 Co 1:20), sino el cumplimiento de toda la verdad sobre quién es Dios para con Sus criaturas. La mano (el brazo) del Señor no se ha acortado para salvar, porque Su «mano» es Su Mesías, quien es capaz de salvar hasta el fin (Heb 7:25). Las manos son lo que usamos para trabajar y Dios trabaja con Su mano (Jesús) nuestra salvación.

Dios a menudo habló de Sí mismo en términos humanos porque el Hijo siempre estuvo destinado a convertirse en el verdadero ser humano, el que es verdaderamente a imagen de Dios (Col 1:15), que permite a los fieles ver a Dios por la fe en esta vida y mediante la mirada en la vida venidera. Tan importante para nosotros es Su divinidad como Su humanidad, una humanidad que siempre anticipó ese lenguaje rebajado del Antiguo Testamento.



MARK JONES

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