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3 errores que cometemos en un funeral - Apocalipsis 6:10

Estudio Biblico



Una de mis tareas favoritas como pastor es presidir un funeral. No puedo pensar en un funeral que haya dirigido que no haya sido profundamente beneficioso. No es porque sea morboso (al menos espero no serlo). Es por las lecciones profundas que se aprenden al caminar junto a una familia en duelo y considerar el peso de la vida que se deja atrás, sobre el telón de fondo de la eternidad.

Por eso es difícil escribir un artículo que destaque los errores que cometemos en los funerales, porque se pueden cometer estos tres errores que desarrollaré y que aun así el funeral resulte profundo, hermoso y que honre a Dios. Uno de los peores resultados que podría imaginar de un artículo como este es que alguien se introduzca en el dolor de una familia y utilice ese momento sagrado para ofrecer una crítica teológica minuciosa.

Por otro lado, espero que este artículo te ayude a no cometer esos errores. Lo que es más importante, espero que este artículo refuerce nuestra reflexión colectiva sobre la muerte y la vida venidera. Esto es porque me he convencido de que el cristianismo norteamericano es bastante anémico cuando se trata de pensar en estos asuntos.

Con mi objetivo expuesto y aclarado, presento para tu consideración estos tres errores que cometemos en los funerales:

Minimizamos lo horrible de la muerte
La muerte es un resultado directo del pecado en este mundo. Un mundo sin pecado sería igualmente libre de la muerte (Gn 2:17, 3:19; Ro 5:12-17). La muerte es, entonces, un enemigo de Dios. De hecho, la Biblia dice que «el último enemigo que será eliminado es la muerte» (1 Co 15:26). En pocas palabras, Dios odia la muerte.

La muerte es tan horrible que Jesús respondió a ella con un disgusto visceral. Jesús se enfrenta cara a cara con la muerte (Jn 11). Aunque sabe que resucitará a Lázaro de entre los muertos, la mera presencia de la muerte le estremece. Las Escrituras dicen que Jesús: «se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció» (Jn 11:33b). Nos dicen que «Jesús lloró» (Jn 11:35). Este es un lenguaje poderoso y revelador. Jesús sabe en sus huesos lo horrible que es la muerte.

Pero en Occidente nos gusta fingir que la muerte no existe. Ocultamos la realidad de la muerte lo mejor que podemos. Por supuesto, sin ataúd abierto. Tal vez ni siquiera tengamos el ataúd en la habitación. Llámalo mejor «Celebración de la vida», no funeral. Centrémonos en los aspectos positivos; tratemos de ignorar el siniestro halo de muerte que se cierne sobre la sala. Así no debería ser. Los cristianos deben mirar a la muerte a los ojos y llorar. Un funeral no se trata solo de la vida de un ser querido; también es un momento para pensar en la muerte. No intentes ocultarla o minimizarla. Llora sobre ella. Dios odia la muerte. Nosotros también deberíamos hacerlo.

El primer error que cometemos en los funerales es que minimizamos lo horrible de la muerte.

Minimizamos la importancia del cuerpo
La enseñanza bíblica sobre los seres humanos se centra en que somos cuerpo y espíritu. Pablo arremete contra los corintios por pensar que el cuerpo no tiene importancia (1 Co 6:12-20). Los dos días festivos centrales para los cristianos son cuando Jesús tomó un cuerpo y cuando resucitó de entre los muertos. Una de las grandes esperanzas cristianas es la resurrección corporal de todos los creyentes (1 Co 15). Mi cuerpo no es menos «yo» que mi alma.

Por eso, cuando el alma está «ausente del cuerpo» (2 Co 5:8), se trata de una situación antinatural que espera ser resuelta. El cuerpo y el alma fueron creados para estar juntos. Este cuerpo, sembrado en la tierra como algo perecedero, resurgirá como un nuevo cuerpo imperecedero, unido de nuevo al alma para la eternidad.



Este tipo de pensamiento bíblico está en gran medida ausente de nuestros funerales. Les decimos a nuestros hijos al pasar junto al cuerpo: «Esa no es la abuela; la abuela está con Jesús». Pero eso no es cierto. Ese cuerpo es la abuela, tanto como su alma también es la abuela, y ninguno es perfectamente la abuela. Su cuerpo tiene un aspecto erróneo e inquietante porque su cuerpo está muerto, separado de su alma. Pero cuando Jesús regrese, es en ese mismo cuerpo en el que se levantará, hecho nuevo, reunido con su alma.

Más revelador aún es el hecho de que los cristianos recurren cada vez más a la cremación. Como el cuerpo se considera intrascendente, lo convertimos en cenizas. Pero el entierro cristiano es una tradición rica e importante que refleja nuestra elevada visión del cuerpo. No hace mucho tiempo, los edificios de las iglesias estaban muy cerca de los cementerios donde yacían los cuerpos de los miembros de la iglesia fallecidos, esperando el día de la resurrección (para profundizar en este tema, da clic aquí).

Un segundo error que cometemos en los funerales es restar importancia al cuerpo del difunto.

Perdemos de vista el regreso de Cristo
Al asistir a la mayoría de los funerales cristianos, se podría pensar que el objetivo final de la experiencia cristiana es que el alma abandone el cuerpo y entre en la presencia de Dios. A pesar de lo glorioso que será ese momento, hemos perdido enteramente la trama. En el Apocalipsis, ¿qué hacen las almas de los mártires en la presencia de Dios? ¿Están disfrutando de calles de oro y nadando en aguas de cristal? Nada de eso. Están rogando a Dios en oración: «¿Hasta cuándo?» (Ap 6:10). Están anhelando el día en que Jesús regrese y arregle todas las cosas.

Del mismo modo, en el tan citado pasaje de 1 Tesalonicenses 4 («no se entristezcan como lo hacen los demás que no tienen esperanza»), ¿cuál es la preocupación de la iglesia a la que Pablo se dirige? ¿Es acaso que el alma del amado no esté con Dios en el paraíso? En absoluto. Su preocupación es que la muerte de su ser querido pueda hacer que se pierda el día del regreso de Jesús. Les preocupa que los que mueren se pierdan el día más grande de la historia. Pero Pablo los consuela diciendo que «los muertos en Cristo se levantarán primero. Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire» (1 Ts 4:16b-17a).

Este tipo de versículos no deberían sorprendernos, porque el movimiento de la Biblia no es hacia que todas las almas estén con Dios en el cielo; el movimiento de la Biblia es siempre hacia la venida de Jesús, cuando establezca cielos nuevos y tierra nueva. En ese lugar, una nueva humanidad de personas con cuerpo y alma disfrutará de la bondad de la presencia de Dios por toda la eternidad.

Por supuesto, si el cuerpo no importa, entonces el funeral puede simplemente celebrar que el alma de la abuela está ahora con Jesús. No necesitamos anhelar el día en que Jesús regrese y el cuerpo de la abuela sea resucitado.

Además, si la muerte no es gran cosa, el funeral puede simplemente celebrar la vida de la abuela. No necesitamos anhelar el día en que Jesús regrese y la muerte sea absorbida en victoria.

Pero el cuerpo sí importa. Así que los funerales deberían ser un momento en el que anhelemos el regreso de Jesús.

La muerte es horrible. Así que los funerales deberían ser un momento en el que anhelemos el regreso de Jesús.

Más que nada, los funerales cristianos deberían ser eventos «maranatha». Deben centrarse en nuestro anhelo colectivo por el regreso de Cristo y todo lo que este implica.

Erramos en los funerales cristianos si perdemos de vista el regreso de Cristo.

Reflexiones finales
Por supuesto, el verdadero problema no son los funerales con una teología defectuosa. El verdadero problema es empezar con una teología defectuosa. En este lado de la eternidad, nuestra teología siempre será defectuosa en algún grado. Los funerales seguirán siendo una de mis labores favoritas como pastor, incluso con sus defectos. Lo que ocurre es que los funerales son un lugar en el que nuestra teología deficiente subyacente tiende a manifestarse. Así que en toda la vida —no solo en los funerales— sigamos dejando que la Palabra de Dios refine nuestro pensamiento. Si un pequeño artículo provocador sobre los funerales puede servir para ese fin, alabado sea Dios.

Semper Reformanda
James Seward

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